Estos días en que están mis mamis en la
casa, no me han apapachado como siempre.
Verán, hay una especie de inundación en la casa… Me siento como si anduviera caminando entre
olas, pero no de agua, sino de libros.
Una de mis mamás quiere que los libros se
vayan, la otra, que permanezcan. En fin,
yo creo que lo mejor sería que regresaran a los libreros donde estaban.
Hasta altas horas de la noche estoy con mi
mami, guardando libros, colocándolos en el librero y, mientras la observo y
paso energía para que ella los acomode, me voy cansando, siento mis párpados
pesados, me duelen las patas, mi lomo comienza a sentir el peso de los tomos,
cierro mis ojos y sueño.
--Valen, ya
vámonos—me dice dulcemente cuando deja el trabajo para el día siguiente. Yo despierto, me estiro y la miro con anhelo,
pues quiero que me cargue y lleve entre sus brazos a mi camita. Ella me besa, me acaricia y me dice: “Ya es
hora de descansar”.
Con unas mamis como las que tengo, no temo a
las inundaciones, aunque sean de libros.
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