domingo, 24 de marzo de 2013

¡PRIMER DÍA DE VACACIONES, TODO DESIERTO EN LA CIUDAD, PERO HAY INVASIÓN DE CACHORROS! ¡GUAU!

Soy pequeña, graciosa, delicada y muy consentida, estos rasgos de mi personalidad son incompatibles con los de los cachorros que vienen a la casa muchos sábados.  Yo sufro mucho porque imagínense, los viernes siempre hay mucho ruido por la música estruendosa y las carcajadas de las personas que hacen fiestas en la calle donde vivo, también se escuchan a lo lejos los sonidos de los automóviles corriendo a gran velocidad y, consecuencia lógica, después se oyen sirenas, que pueden ser de patrullas o de ambulancias…  Mis fines de semana se muestran siempre de la misma manera: me provocan desvelos, insomnio, mal humor, hambre, ojos llorosos, párpados pesados, aletargamiento y, somnolencia al día siguiente.
   Este sábado, cuando me disponía a salir a tomar el sol en mi patio, sonó el timbre del teléfono.  Rogué para que no fuera a ser algún problema, esperaba que no hubiera nadie al otro lado del auricular, pero no fue así.  Un aviso: llegarían los dos cachorros a la casa, se quedarían dormir con nosotras. 
   Cuando escuché esto, corrí y me escondí debajo de la cama, ahí hice ejercicios de respiración para relajarme y asimilar la noticia.  Es que ese par de pilluelos son encimosos, como si yo fuera un animal extraño, como si nunca en su vida hubieran tenido contacto con otros perros; y yo ya estoy viejita, tengo más de diez años y mi cabeza está cubierta de canas… ya no tengo la paciencia de antes.
   Pues bien, los dos llegaron a la casa, estuvieron jugando con  mis mamis, después se fueron en el coche y ahí aproveché para salir a caminar un rato por el patio.  Después, cuando regresaron, corrí a mi escondite, escuché sus vocecillas dulces que me hablaban:
--Valen, ven.  Mira, toma—decían los dos pequeños.
   Yo seguí atenta, parando mis orejas y reprimiendo el deseo de bajar y ver qué me habían traído de la calle.  “Serán algunos dulces?  Me habrán traído una bebida refrescante?  Me ofrecerán unas ricas botanitas?”, me preguntaba una otra vez,  mientras la ansiedad por saber qué era lo que me invitaban me agobiaba.  Así estuve un buen rato, hasta que el cansancio y la inmovilidad me hicieron dormir.
    Ahora ya es tarde, de hecho, ya es domingo y voy saliendo de mi escondite, con el estómago vacío pero ya no hay ruidos.  Creo que ahora sí  estaré tranquila y comeré lo que me hayan traído.  Después, iré a dormir a los pies de uno de ellos, al que conozco de más tiempo y que ahora está dormido.   


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